Blog colaborativo

jueves, 12 de junio de 2014

El juego de la lectura

       El silencio de las palabras
                      cap:1

Una  capa  de  hielo  a  medio  derretir  cubría  la  acera  de  hormigón.  Observé

asombrada  cómo  las  punteras  de  mis  botas  katiuskas  resbalaban  sobre  la

escarcha  mientras  los  talones  quebraban  su  superficie.  Hasta  entonces,  sólo

había visto el hielo en forma de trocitos en los helados de judías rojas. Pero este

otro hielo era salvaje y desafiaba las calles y los edificios.

—Tenemos mucha suerte de que haya quedado un piso libre en uno de

los edificios del señor N. —comentó la tía Paula mientras nos conducía en su

coche a nuestro nuevo barrio—. Tendréis que arreglarlo un poco, por supuesto,

pero con lo caros que están los alquileres en Nueva York, ha sido una buena

ganga.

No  podía  estar  quieta  en  el  coche.  Meneaba  todo  el  rato  la  cabeza

buscando rascacielos, pero no encontré ninguno. Estaba deseando ver la Nueva

York  de  la  que  tanto  había  oído  hablar  en  la  escuela:  Min‐hat‐ton,  con  sus

relucientes  tiendas  y,  sobre  todo,  con  la  Diosa  de  la  Libertad  alzándose

orgullosa en el puerto. A medida que avanzábamos, las autopistas iban dando

paso  a  avenidas  increíblemente  anchas  que  se  perdían  en  el  horizonte.  Los

edificios  eran  cada  vez  más  sucios,  con  ventanas  rotas  y  frases  en  inglés

pintarrajeadas en las paredes. Giramos un par de esquinas, dejando atrás a un

montón de gente que esperaba en una larguísima cola, a pesar de lo temprano

que era. Por fin, el tío Bob aparcó junto a un edificio de tres plantas en cuyos

bajos había una tienda abandonada cuyo escaparate estaba tapado con tablones.

Pensé  que  se  había  detenido  para  hacer  algún recado,  pero  entonces  todos

abandonaron el coche y bajaron a la helada acera.

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